Los mercados de barrio en Zaragoza tratan de sobrevivir entre un sinfín de persianas bajadas

 Fuente: Heraldo de Aragón. 19/02/2023



Hasta 39 lonjas privadas continúan activas en Zaragoza, pero 24 de ellas tienen menos de 8 puestos en servicio.


“Los tiempos cambian y las costumbres, también”. Tan sencilla y concluyente reflexión hace una clienta mientras espera su turno en el mercado de San Antonio. Esperar el turno es un decir porque desde hace tiempo los compradores entran y salen con cuentagotas. 

En Zaragoza persisten la nada desdeñable cifra de 39 mercados de barrio en activo, pero la nómina se recorta año tras año: en la década de 1970 había más de cien y de hace quince años a esta parte se han perdido hasta veinte lonjas. La mayoría de las que siguen, de hecho, cuentan más persianas bajadas que puestos en servicio y tratan de sobrevivir frente a la expansión de los súper y el complejo relevo generacional.

De los 39 que aún levantan la persiana todos los días, 24 tienen menos de ocho puestos abiertos: un dato que evidencia que urge redoblar esfuerzos para que no haya nuevos cierres en los próximos años. Torrero ha sido el barrio que más pequeñas lonjas ha perdido en veinte años: hasta siete disponía en 2003 y a día de hoy no cuenta con ninguna. Los últimos cierres han sido los del citado Mercado Torrero, el mercado Santander y el de Albareda. En el de Doctor Casas aún hay un cartel de despedida del pollero Santiago que se ha mudado al Mercado París de León XIII.

No obstante, también hay pequeñas buenas noticias y se percibe cierta actividad renovada en San José, Las Delicias o el Centro. En el mercado de Hernán Cortés, por ejemplo, la pollería de Marina Hernández está teniendo gran éxito gracias a su amplio mostrador con más de 18 tipos de croquetas y a su oferta de comida preparada de los domingos por la mañana. No muy lejos, en el Mercado de Gran Vía, la carnicería de Víctor Salvo fue reconocida hace unos meses por su apuesta por la digitalización (tiene 83.000 seguidores en redes sociales) y por la actividad de su tienda ‘online’. La Federación de Galerías de Alimentación y Mercados Detallistas de Zaragoza calcula que son unos 378 detallistas (en relación uno por puesto) los que mantienen la actividad en los centros supervivientes, donde -no obstante- hay más de un millar de puestos cerrados.

Urge conciliar horarios de venta al público con los tiempos de compra de los jóvenes

El mentado de Gran Vía es buen ejemplo del ‘estado de la cuestión’ de los mercados zaragozanos. La puerta arreglada en Félix Latassa es automática, pero la que da a Santa Teresa de Jesús pesa y chirría. Allí se juntan clientes de toda la vida que esperan su turno en sillas de madera con otros que han hecho su pedido por whatsapp y se acercan a recogerlo. Hay, en definitiva, constantes vitales, pero mucho pasillo lúgubre y aparentemente abandonado también.

“Entre semana está bastante parado, pero los fines de semana sí hay más actividad”, cuenta Pilar Vera, responsable de un puesto de frutas desde hace 30 años. “A este mercado lo único que le hace falta es una reforma porque tiene más de 50 años. Es de un particular y entiendo que habría que arreglar instalaciones, luces, cámaras… Todo vale mucho dinero, pero aquí hay puestos muy asentados y una reforma triunfaría”, opina Vera, que cuenta con una fidelísima clientela, “que ahora me sigue también por Instagram”. A su juicio, los mercados de barrio ofrecen “calidad, servicio y calor humano porque todos nos conocemos de toda la vida” y si en muchos otros ámbitos de la vida, como la moda, “la gente vuelve a lo de antes, ¿por qué va a dejar de gustar venir al mercado?”, se pregunta la frutera de Juslibol.

Los responsables de los puestos están de acuerdo en que sus grandes males responden a una endiablada combinación de factores que tratan de revertir. Por un lado, muchos se esfuerzan en conciliar horarios de venta al público con los tiempos de compra de los jóvenes. No ayuda tampoco la eclosión de supermercados a pocos metros de estas lonjas, cuando no, puerta con puerta. Los que atraviesan horas más bajas están sitiados por Días, Mercadonas, Simplys o Bonáreas. Es el caso del Mercado de Violante de Hungría, donde resiste un bar y hay 41 puestos vacíos (parecido pasa en Azoque); el de San Antonio María Claret con 22 puestos vacíos de 27 totales, o el de Cuéllar, con 30 de 33. La competencia de los supermercados se suma al daño que hizo en su día la burbuja inmobiliaria, que centrifugó a los jóvenes hacia la periferia por los exorbitantes precios de la vivienda en el centro. Este fenómeno destrozó los vínculos que los jóvenes tenían con el pequeño comercio, si bien es cierto que algunas fórmulas puntuales o itinerantes (el agroecológico o los mercadillos artesanales) aún tienen tirón.

Urge conciliar horarios de venta al público
con los tiempos de compra de los jóvenes


La falta de relevo generacional suele hacer que muchos puestos que se pierden no vuelvan a recuperarse y los traspasos que antaño se hacían sin mucho trauma son hoy casi una quimera. Siempre hay excepciones, como la de los hermanos Franco en el centro comercial Delicias, que constituyen la tercera generación al frente del negocio, desde que el abuelo compaginara la venta ambulante con una pescadería en el barrio desde 1947. No obstante, en la actualidad hay muchos detallistas próximos a edad de jubilación, a pesar de que sus negocios familiares funcionan y se han beneficiado de programas de revitalización o de ofertas de mostradores a cambio solo de los gastos de comunidad.

El ayuntamiento presentó en 2017 una estrategia de para luchar contra las instalaciones anticuadas de los mercados de barrio y procurar nuevos servicios como el pago con tarjeta o el reparto a domicilio. Las lonjas de las que hablamos son privadas -municipales solo existen el Central, San Vicente de Paúl y parte de Valdespartera-, por lo que por mucho “circuito corto de comercialización” que se quiera fomentar ha de ser la iniciativa privada la que tire del carro. No obstante, con impulso municipal sí se lanzó un plan específico para adecentar las fachadas, adecuar las zonas de carga y descarga, mejorar la accesibilidad, dotar a los edificios de puertas automáticas, acercar algunas paradas de autobús... A pesar de los esfuerzos, algunos de estos espacios han optado por reagrupar puestos y ceder instalaciones a supermercados y, en otros, han llegado a existir planes, incluso, para reconvertirlos en garajes. Al menos media docena de los que cayeron en desuso se pusieron a la venta (por precios entre 250.000 y un millón de euros) pero es difícil dar nueva vida a estos espacios tan grandes y necesitados de grandes inversiones para su reconversión.

El de los mercados ‘fantasma’ no es un mal exclusivo de Zaragoza ni de Aragón, sino que en casi todas las ciudades se está dando el fenómeno de puestos cerrados, ofertas de traspaso o negocios reconvertidos en bares debido al cambio en los hábitos de consumo. Muchos tratan de reinventarse a la imagen y semejanza del Mercado San MIguel de Madrid que es un buen espejo en el que mirarse a la hora de combinar venta al detalle con restauración y con atractivo turístico. Sin embargo, la esencia del comprador de barrio habitual se pierde y los tenderos acaban atendiendo más en inglés que vendiendo fruta local.

ALGO DE HISTORIA.

Aunque el más antiguo de Zaragoza es el Mercado Central (que data de 1903), lo cierto es que en los 60, con el fuerte crecimiento de la ciudad, hubo una eclosión de mercadillos que continuó algo más moderada durante las dos décadas siguientes. En 1959 se estrenó el Mercado Galicia, “todo amplio, confortable, luminoso y limpio”, decía el Herado de aquel año. En 1960 se cortó la cinta inaugural del mercado San Francisco, “con unas magníficas instalaciones diseñadas al servicio de las amas de casa”, se decía sin reparos. Al año siguiente llegó el turno del de Ciudad Jardín, “con trolebús frente al edificio central” y así continuó con otras aperturas como las de Las Fuentes (1972) o Puerta Sancho (1986). Esta tendencia frenó en seco en los 90 y empezar una regresión que ha abocado a muchos a estar en riesgo de extinción. En las últimas dos décadas Zamas, Mercazaragoza y el Ayuntamiento han unido fuerzas para desprender a las lonjas de una imagen algo rancia y anticuada, y se ha dinamizado la actividad con eventos gastronómicos o talleres de animación. También se han adoptado otras mejoras como dotar de puntos wifi a las instalaciones, unificar rótulos y arreglar fachadas, favorecer el pago con tarjeta de crédito o fomentar el reparto a domicilio.

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