VUELTA AL COMERCIO TRADICIONAL.


 La crisis sanitaria de la COVID-19 ha enseñado, en muchos sentidos, las costuras de nuestra sociedad y estilo de vida. Las nuevas normas de seguridad e higiene, el cuestionamiento de una globalización llevada al extremo y la búsqueda por parte de los clientes de un comercio seguro, social y medioambientalmente sostenible y de confianza, devuelven el protagonismo al mercado tradicional.

Antes de que la pandemia causada por el coronavirus ni siquiera se imaginara, la emergencia del cambio climático, una creciente preocupación por parte de los consumidores por adoptar hábitos alimentarios y estilos de vida más saludables, así como un creciente interés en la gastronomía ya habían contribuido a crear un caldo de cultivo favorable a la recuperación del comercio tradicional, como distribuidor de productos frescos de calidad, sostenibles, de temporada y, a poder ser, de cercanía. Un caldo de cultivo que la crisis sanitaria no hizo más que alimentar.

El nuevo escenario que vive nuestra sociedad vuelve a poner en valor un modelo de comercio en el que el cliente no toca el género, pues lo sirve un profesional bien protegido; se reduce el envasado, generando menos residuos, y se dispensa un servicio personalizado, atento y de confianza, con productos preparados a la medida del cliente. Además, el comercio de proximidad se caracteriza por trabajar un producto fresco que muy a menudo, proviene de productores cercanos, con todo lo que eso conlleva en cuanto a reducción de costes y de emisiones en el transporte; calidad, ya que los productos se comercializan en su momento óptimo, y contribución a las economías locales.

Los mercados detallistas tenemos un papel importantísimo en esa "vuelta al comercio tradicional" y reivindicamos nuestro papel en la "nueva realidad" tras la fase más aguda de la pandemia COVID-19

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